en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

lunes, 23 de abril de 2012

Juancarlismo, monarquía y democracia

La conducta del Rey y la de algunos miembros de su familia ha abierto el debate sobre la Corona y sobre la forma de Estado que representa la Monarquía desde el flanco más débil de dicha institución, el factor humano, que paradójicamente se había presentado siempre como su vertiente más sólida gracias al ‘juancarlismo’. 
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La carencia de la ley orgánica prevista en la Constitución tiene que ver con que Juan Carlos I se ha erigido en intocable, como si la ‘permanencia’ que la Monarquía conferiría al Estado dependiera de su continuidad personal en la Jefatura del mismo. Pero el tema ha dejado de ser un coto exclusivo de los más fervientes teólogos del credo monárquico para convertirse en objeto de discusión, sin que ninguna verdad inescrutable sobre la inserción constitucional de la dinastía de los Borbones pueda acallar ya las opiniones más críticas.

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La pregunta es si la democracia y las instituciones precisan de la Monarquía para legitimarse hacia dentro y procurar notoriedad hacia fuera o, en otras palabras, si la Monarquía continúa revirtiendo a favor de la democracia todo lo que ésta procura a dicha institución.

La Monarquía como forma de Estado contribuyó a asegurar que la Transición se diera vía reforma y no mediante una ruptura con el régimen franquista. La aceptación posibilista de la Corona por parte de formaciones esencialmente republicanas, como el PSOE y el PCE, constituyó un tributo a favor de la reconciliación. La Monarquía amparaba a los sectores que habían ostentado el poder durante el franquismo y querían transitar hacia una democracia ya ineludible, mientras buscaba su propia legitimidad en el cumplimiento de un rol dispuesto al cambio sin excesivas tutelas. No en balde, la Monarquía había sido restablecida con anterioridad a que se recuperaran las libertades.

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La mayoría de la ciudadanía seguirá pensando que la Monarquía no sobra en el ensamblaje democrático y constitucional. Siempre y cuando a su coste presupuestario no se le sume una carga insoportable de morbo cortesano. 
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Claro que si las circunstancias empujan a la Corona a rebajar su función hasta cumplir con un papel análogo al de, por poner un ejemplo, la presidencia de Alemania, será aun más inevitable el cuestionamiento de su privilegiada posición de inviolabilidad y no sujeción a responsabilidades. Lo que significaría poner en solfa la continuidad de la Monarquía como forma de Estado.