en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

miércoles, 23 de julio de 2014

03 - Libros: ¡Gracias para venir!

 3.   


         La noche se apoderó de la ciudad pasadas las seis de la tarde. La Navidad se asomaba por todas las esquinas, a pesar de la crisis, de los recortes, del déficit. Al parecer los mandatarios de la agujereada nave habían decidido mantener alta la moral de la tripulación y alegrar las calles con luces, con árboles navideños y con todo tipo de motivos propios de estas fechas.  Pedro caminaba tranquilamente hacia Iturribide recorriendo las transitadas callejuelas del Casco Viejo. Le gustaba observar a la gente desde su anonimato, como si él no fuera parte de ese paisaje humano. Pertenecía a la reducida elite de españoles que navegaban entre la tempestad provocada por el derrumbe de los mercados y la subida de la prima de riesgo dentro de un buen cascarón. Un buen retiro le permitía vivir el día a día sin miedo a naufragar.

         En el “Txiki market” encontró a sus dos colegas, con sendas cervezas, comentando las llamativas cualidades de una clienta que acababa de abandonar el establecimiento.

-Es una lástima que las vascas sean tan estrechas. Esa chica era una preciosidad, pero seguramente todo lo que tiene de guapa lo tiene de cohibida. ¿Está bien dicho? –Robert se animaba cada vez que salía a relucir su tema favorito: las mujeres.

-Dentro de poco te veo sentado en uno de los sillones de la Real Academia. Avanzas a ritmo de Fórmula 1.-Irrumpió Pedro en la conversación.

-El que faltaba. El que presume de puntual. Son las siete pasadas. Luego decís de los moros. Yo aquí estaba, clavado, a la hora estipulada. El africano, perfecto. El yanqui y el europeo tarde.

-¡Qué raro! ¿Robert ha llegado tarde? –Pedro tomó asiento en un taburete junto a sus amigos, al otro lado de la barra, un reducido espacio lleno de cáscaras de pipas, de botellas de cerveza vacías y otros restos. 


-Un par de minutos. Me he encontrado con una alumna cuando venía hacia aquí y, ya sabes, la compañía de una chica joven y guapa es lo mejor a lo que podemos aspirar los hombres que hace tiempo cumplimos los cuarenta, -dijo Robert haciendo gala de sus progresos lingüísticos.

         Pedro  rechazó la cerveza que le ofrecía su amigo.

-Hoy me he propuesto no beber una sola gota de alcohol. Ayer bebí demasiado. Suficiente. Hoy solamente agua. 

-Bueno, dejémonos de preámbulos, ¿eh? ¿Qué os parece la palabra: preámbulos? –preguntó el americano.

-Insisto, impresionante. 

-Bueno, pues eso, sin más preámbulos. Vamos a ver qué es lo que vamos a hacer con el chulo puta ese de Adrián.

-Pero lo de ayer, ¿iba en serio? –preguntó Pedro a quien en ocasiones le asustaban las decisiones que adoptaba el americano. -¿Vamos a machacar al tipo ese para que deje en paz a una chica a la que casi no conocemos y de quien nada sabemos a parte de que estaba dispuesta ayer a pagar bastante dinero a cambio de que convenzamos a su antiguo amante de que deje de molestarla, si es que es cierto que la molesta y no es solo una patraña de nuestra recientemente conocida amiga? Y, si así fuera, ¿queréis convertiros en unos mercenarios al servicio del primer postor que solicite vuestro trabajo?

-Sin problemas. Y además debo decirte que Arantza no es cualquier postor, o postora, si es que dicha palabra tiene femenino. Es una chica encantadora con la que me gustaría acostarme un día para intercambiar experiencias táctiles, ¿es correcto?, mientras compartimos lecho.

-Tienes que decirme que estás haciendo para mejorar tu castellano. Estoy vivamente impresionado. –Pedro lo dijo sinceramente.

-Leo mucho, cosa que antes no hacía. En español, quiero decir. Antes únicamente leía en inglés. Ahora me he propuesto leer todos los días al menos una hora en la lengua de Cervantes. Y es admirable lo que se puede aprender leyendo un poco todos los días. Pero no cambies de tema. Insisto. La chica me gusta y merece que le ayudemos. La causa es justa. Machito ibérico no admite que una chica como Arantza le diga adiós y le acosa para que vuelva a sus brazos. El muy idiota no sabe que tras conocer a alguien como yo Arantza lo tiene muy claro. Hay hombres y hombres. Y encima algunos son altos, calvos, pero americanos. 

-Te veo muy crecido, -intervino Nordin. –Creo que tienes las mismas oportunidades de probar las tetas de Arantza como las que tengo yo. Y eso que yo soy un apuesto marroquí, más joven y más guapo.

-Pero menos divertido. Los moros solo sabéis fumar porros y comer cuscus. En la cama, quizás seáis buenos, pero os falta algo. Tenéis un aperitivo escaso. Es cierto que tenéis el pelo rizado, sois morenitos. Exotismo a primera vista, pero nada más. 

-Hoy ha venido inmenso el yanqui. No quiero discutir sobre mis encantos y los tuyos. A los resultados me remito,-dijo en tono conciliador el marroquí de pelo rizado y tez morena. - ¿Vamos a por esos seiscientos euros, si o no?

-¿Seiscientos?, -preguntó Pedro alarmado ante la ingente cantidad de dinero.

-Si. Acordamos pagar trescientos al comenzar la operación y otro tanto en cuanto ésta concluyera con éxito, dos semanas de trabajo. Son doscientos para cada uno. Si lo hacemos bien es posible que nos salga un trabajito de éstos a la semana. Ya sabes, se corre la voz y llegan los pedidos.

-No sé si os habéis vuelto locos. ¿Vais a cobrar por amedrentar a la gente? 

-Si hacemos un servicio a cierta gente y esa gente tiene dinero para pagarnos, excelente. Ellos tienen un problema y dinero. Nosotros arreglamos su problema y el nuestro, que precisamente es la falta de dinero.

-Yo no quiero dinero. Os lo podéis repartir entre los dos.-Pedro parecía no estar dispuesto a compartir la aventura con sus compañeros.  

-Gracias. Eso ya lo había pensado. Pero nos gustaría que participaras en la operación. Eres el que más tiempo libre tienes y has demostrado ser un detective eficiente. -Ni Nordin ni Robert querían prescindir de los servicios del madrileño. Además Pedro era el que con su juicio y su prudencia conseguía balancear un poco el grupo. 

-Si, pero lo de Julen fue un favor que hacíamos a un amigo.   

-Fue un entrenamiento estupendo, una escuela de detectives gratuita gracias a la cual descubrimos nuestra vocación. La operación salió redonda. Le fastidiamos la moto al niñato ese, le complicamos la vida al chulo de su padre y de paso has conocido a la mujer del segundo, y madre del primero. Por cierto, ¿le has comentado algo sobre nuestra misión?

-¿Cómo voy a explicar a Irene que fuimos nosotros los que destrozamos la moto a su hijo y los que chantajeamos a su marido mediante unas fotografías tomadas en compañía de su amante y secretaria, que a su vez es mi vecina del quinto. Supongo que no le parecería normal, que no le gustaría.

-Pues qué poco sentido del humor tiene esa mujer.-Robert se acariciaba la calva mientras hablaba pausadamente, como Marlon Brando en “Apocalipsis now”. –De todas maneras, creo que me viene bien saber que Irene no sabe que tomaste parte en la operación de castigo contra su marido y  su hijo. Puedo hacerte chantaje con ello cuando lo necesite, -bromeó el americano 

-Es una historia tan extraordinaria que dudo de que te creyera, -contestó Pedro tranquilamente. –De todas maneras no lo pruebes y deja tranquila a Irene. Ella no se merece nada de esto.

-Vamos a centrarnos en lo que tenemos por hacer, -dijo Nordin conciliador.-     Primeramente tenemos que saber si vas a animarte a tomar parte de nuestra nueva misión. Somos dos o somos tres.

-Somos tres, aunque no lo veo muy claro, me divierte participar en estas misiones. Quizás tenga demasiados prejuicios. Lo de las pelas me echa para atrás, pero como yo no voy a cobrar, allá vosotros con vuestra conciencia.

-La mía está tranquila. Vamos a ayudar a una mujer que está siendo acosada por un machista impresentable. –Robert hablaba pausadamente,  convencido de lo que decía. –Tenemos que planear los primeros pasos. Tenemos que conocerle, conocer su tienda, saber por dónde se mueve. ¿Qué os parece si mañana sábado nos damos una vuelta por Algorta y buscamos el sitio? Supongo que abrirá el chiringuito los sábados. Los comercios sólo descansan los domingos.

-Perfecto. -Respondió Nordin.- Mañana podemos quedar para desayunar juntos, a una hora no muy intempestiva, cogemos el metro, nos damos una vuelta sobre el terreno y nos soplamos un par de vermús para celebrarlo.

-¿Celebrar qué?  - preguntó escéptico el madrileño.

-El comienzo de una nueva era. Y ahora voy a por otra cerveza que hace mucho que se me ha terminado la que tengo entre manos. ¿Queréis cerveza?

         Los dos contestaron al unísono que no. En ese instante entraron varios jóvenes al establecimiento y ojearon la amplia y variopinta oferta de mercancías que se exponían por las numerosas estanterías que cubrían todas las paredes de la tienda. Eran cinco, y cada uno de ellos escogió un puñado de gominotas, de distintos tamaños y colores. Uno a uno pasaron por caja y pagaron. En total no llegaron a cinco euros.

-No sé como puedes vivir con lo que sacas de este negocio, -exclamó entre admirado y molesto el americano. – Tendrías que montar algo diferente, algo que deje más dinero. 

-Ya he probado con el restaurante ilegal en la trastienda y mira lo que ha pasado. Estoy pensando en hacer un salón de te, o una tienda de pastas árabes, de esas dulces. Mi madre las hace riquísimas. Pero mi madre está en Marruecos y no sé cómo trasportarlas. De momento voy a seguir con las gominotas y el alcohol barato para botellón. No me forro pero algo es algo.

-Por cierto, no nos has contado lo que te han dicho en el Ayuntamiento. ¿Has ido? –a Pedro se le había olvidado el desagradable final de la fiesta del día anterior. Robert tampoco se había interesado por el asunto.

-Ya era hora de que preguntarais. Afortunadamente todo ha ido bien. Dicen que no pueden demostrar que cobremos a los comensales, si ninguno de ellos declara nada al respecto. No tienen intención de investigar el asunto. Además me dijo que el tema de los decibelios es clarísimo y que a esas horas de la noche no puede traspasarse una frontera determinada que es muy fácil de traspasar. Me han dicho que acudieron los munipas porque nos había denunciado el vecino de arriba. Era la primera vez, pero que si alguien comienza con denuncias, lo habitual es que no ceje en su empeño hasta conseguir su objetivo, es decir, que cese el ruido. 

-¿Y quién es ese cabrón? ¿Le conoces? –preguntó el americano. 

-Hoy cuando he vuelto del ayuntamiento he estado hablando con una vecina con la que me arreglo muy bien. Me ha dicho que es un tipo alto, fuerte, con mirada huraña y que acaba de instalarse en el piso de arriba hace escasamente un par de semanas. Es una vecina que solamente sale de casa para comprar el pan en la panadería de enfrente. Es una mujer mayor, encantadora, que vive sola y que tiene muy mal las piernas. Una vez a la semana le visita una hija y le hace las compras. Y las amigas, tan viejas como ella, vienen todas las tardes a jugar a la brisca mientras beben un poco de café, descafeinado, según me ha dicho la señora. Lleva una vida un poco monótona, pero siempre está contenta. Dice que le encantan nuestras cenas de los jueves, porque oye barullo de gente y además, no sé si debería informarte de esto, dice que cantas como los ángeles, -afirmó dirigiéndose a Robert.

-Tienes que presentarme a esa mujer. Le daré un par de besos y un autógrafo.

-El piso de arriba, según dice esta señora a la que veo en ocasiones en el portal cuando vuelve de su excursión diaria, ha estado vacío durante meses. Anteriormente vivía un matrimonio mayor, pero ambos murieron y cree que los hijos lo han puesto en alquiler. Les ha costado que alguien lo cogiera, pero  finalmente ha llegado éste. Yo no sé cómo esta mujer se entera de esas cosas. Dice que el vecino se acaba de separar recientemente, que debe haber sido una separación no deseada porque siempre esta malencarado, hosco. Ella dice que le comprende, porque tiene que ser muy duro que la mujer te eche de casa. Pero también tiene que ser duro vivir con un tipo así.

-Esa mujer sería una contertulia fantástica en un programa de chismorreos. Consigue información excepcional y desembucha sin límite. –Pedro mostró su admiración por la octogenaria.

-Se pasa las horas en la ventanuca esa del patio. Desde ahí controla todas las salidas y todas las entradas. Y las excursiones a la panadería las aprovecha al máximo. Le cuesta mucho andar y se detiene cada dos metros, siempre con alguien dispuesto a largar información. Ella la extrae de maravilla, sin que el que desembucha sea consciente de ello. Y las excursiones las realiza con una puntualidad extraordinaria. Todas las mañanas a las once sale de su piso. Eso me ha dicho. Bajar las escaleras le cuesta mucho. Desciende con miedo a caerse, las piernas le fallan. Y no regresa hasta la una, poco más o menos. A esas horas la encuentro. Suelo abrir la tienda un par de horas al mediodía, por si alguien necesita un paquete de arroz, una botella de vino, un bote de garbanzos. Todos los días entra alguien que necesita un artículo de estos. –Nordin estaba muy hablador esa noche.     

-¿Por qué no incorporamos a esa mujer a la banda? Ella se entretendría y seguramente nos haría un trabajo extraordinario. –propuso Pedro sin pensarlo dos veces.

-Nordin ha dicho que no sale de casa, que solamente va a la panadería. Cómo va a espiar a nuestro amigo Adrián si éste vive en Algorta. –intervino Robert.

-Tal vez un día de estos tengamos que espiar al vecino de arriba para chantajearle y conseguir que se olvide de los decibelios y así podamos volver a celebrar nuestras cenas. Pensar que la semana que viene no vamos a poder cenar a gusto me contraría, -comentó Pedro sin reparar en lo que había dicho.

-Eso no está mal pensado. Seguramente ese vecino tendrá algún hábito extraño. Todos los tenemos. Traerá amiguitas a follar a casa, o utilizará una muñeca hinchable para olvidar su soledad y consolarse. Esa señora podía conseguir unas fotos sensacionales y en un par de semanas volvemos a organizar cenas. No ha estado mal la idea, -dijo Robert dirigiéndose a Pedro. Al americano le pareció que una idea maravillosa se encontraba tras el rápido comentario del madrileño y así se lo hizo saber. 

-Vamos a centrarnos en lo que tenemos entre manos. Podemos ganar seiscientos euros, no vamos a perder la ocasión. Mañana quedamos a las nueve a desayunar en la cafetería Brasil, en la calle Correo, ya sabéis cuál os digo. Luego cogemos el metro y a trabajar. –Nordin propuso ante la deriva en la que se encontraba Robert, quien normalmente ejercía el liderazgo de  la banda.

-Esa es tu propuesta. No podemos olvidar que las decisiones las tomo yo. Toda banda necesita de un líder, accesible, dispuesto a escuchar, pero férreo en el mando, –bromeó el americano. -Mañana a las nueve en la cafetería Brasil. 
  
         Acordados los siguientes pasos que iban a dar los tres amigos cambiaron de tema y siguieron bebiendo cervezas, a excepción de Pedro, mientras Nordin atendía a los escasos clientes que gastaban unos céntimos para adquirir golosinas de todos los tamaños y colores. 

         Pedro se retiró a las once y media. Allí se quedaron los dos incombustibles. Llegó a casa y se acostó sin apenas cenar. Comió un plátano y se metió en la cama con un libro de Mankell que enseguida cerró para dejarse capturar por un reconfortante sueño.