en la que los catalanes elegirán su Parlamento.
en la que elegiremos el nuevo Parlamento Europeo.

miércoles, 12 de junio de 2013

De historiadores, museos, nacionalismos y épicas

No es fácil hacer bien el trabajo de historiador, pero sí lo es detectar cuándo se hace mal. Si el trabajo se hace bien, la historia ilustra acerca de la complejidad de lo ocurrido, de las múltiples causas que influyen en unos hechos, y jerarquiza su importancia. Si el trabajo se hace horrorosamente, se monta un cuento de unos contra otros a lo largo de los tiempos

Interesante artículo publicado en "think bask" por Antonio Rivera, donde comenta la visión parcial que presenta al público el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña. Ningún poder se priva de hacer discurso, pero los poderes públicos no deberían hacer relatos tuertos, dirigidos a formar partidarios y no ciudadanos críticos. Por desgracia, no es así. Cuando las cosas están más o menos normales, influyen de tapadillo; cuando están en crisis, apartan el embozo y se ponen a lo bestia, a la brocha gorda, aprovechando el incremento del número de sus hooligans.

El relato que proporcionan los historiadores es solo uno más entre los que disputan en la arena pública por conformar el criterio de los ciudadanos. En realidad, no es demasiado importante, pero no hay poder que no se dote de uno. Por eso ha solido ser preámbulo de la desgracia. Milosevic convirtió “su” derrota de Kosovo Polje, seiscientos años después, en la gasolina patriótica de su agresión. Hay otros muchos ejemplos. Toda épica arranca del manejo de una buena derrota: la catalana de 1714 es otra más. Toda expectativa de transformación revolucionaria parte de un pasado simplista, falso, feliz y arrebatado, al que ha seguido un interminable presente de apocalipsis, de catástrofe, de desastre o de decadencia que es necesario superar y dejar atrás. A esa visión tan facilona también se prestan la historia y los historiadores.