en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

martes, 24 de noviembre de 2015

Occidente y sus amigos en el mundo musulmán; desde hace sesenta años parece que no acertamos.

Sería bueno que antes de tomar medidas antiyijaidistas reflexionásemos sobre el reciente pasado, las medidas que se han tomado y las consecuencias que han provocado. Javier Aroca nos lo recuerda en eldiario.es :
La Yihad no es nueva, ni siquiera para Occidente. Ya en la Primera Guerra Mundial, el káiser Guillermo II le pidió al sultán turco que la declarara, con la esperanza de que las masas árabes, fundamentalmente, se sumaran a ella contra el Eje. No ocurrió, pero se intentó. Fue Occidente quien desde el principio de esta historia ha manoseado la fuerza de la Yihad para crear violencia y terror. Esa guerra acabó con el Imperio Otomano e inauguró el periodo de los Mandatos, en el que Francia y Reino Unido se repartieron el Levante, a golpe de escuadra y cartabón. De camino, se pusieron las condiciones para la creación del estado de Israel.
Luego vino la guerra de 1948 y una derrota humillante de los árabes a manos de Israel. En un momento de depresión anímica en toda la nación árabe, surge Nasser, con otros líderes laicos árabes que pretendían un socialismo blando. EEUU no lo iba a consentir, solo porque pensaba que la pérdida de estima árabe por la derrota era el clímax perfecto para la irrupción del comunismo en una zona estratégica, importante por razones petroleras. Nasser, que no aceptó formar parte de un frente antisoviético, perdió el favor americano y llegó a sufrir varios intentos de asesinato, auspiciados por la CIA que por aquellos momentos ya se había echado en los brazos del islamismo radical y de derechas como instrumento para oponerse al avance de los árabes progresistas. Así, la CIA fortaleció a los Hermanos Musulmanes, dirigió varios golpes de estado contra la Siria laica, armó a los kurdos frente al gobierno laico de Iraq. El presidente Johnson acabó en los brazos de Arabia Saudí y su rigorismo wahabí, desde entonces aliada de la CIA en la tarea de perpetuar su dinastía y los intereses más conservadores de los países árabes ligados al petróleo. El rey de Jordania fue otro de sus aliados.

No se puede entender el auge del islamismo , desconocido hasta esas fechas
en la escena política árabe, sin esa cooperación entre Occidente y Arabia saudí contra unos incipientes e ingenuos intentos de jóvenes árabes por crear una nación laica y progresista. Esa política de apoyarse en la Yihad sigue hasta nuestros días. El amigo Tim Osman acabó convertido en Osama Bin Laden para combatir contra los soviéticos en Afganistán, para luego crear Al Qaeda. Arrasar Iraq, al Baath y al ejército iraquí, ha servido para crear Daesh, primero para luchar contra El-Assad.
Liberados en su orgullo, perdidos por las erráticas políticas de sus aliados occidentales, estos amigos terminan siempre convirtiéndose en enemigos. Occidente dice no saber quién es exactamente su enemigo, dicen que son los yihadistas, da igual que sean de Al Qaeda, con todas sus versiones , o de ISIS con todas las suyas, incluido el grupo de Bamako, Mali, los morabitum, es decir, los almorávides, pero, al menos, debería saber quiénes son sus amigos; desde hace sesenta años parece que no acertamos.